Te acaricio con ella, como cada vez que vienes a buscarla. Fiel amante de mis lentejuelas, se refleja en ellas el destello centelleante de tu locura. Te beso con ella, mi exangüe pero aún suave voz, en un amago de dulzura, como siempre ha solido hacerlo espera no marchitarte más el alma. Las notas vuelan en sinuosos aleteos bajo la sórdida nostalgia de un sempiterno recuerdo.
Te acercas al piano, y lo haces sonar una vez más. Tocas la misma de siempre. Aunamos viejas quimeras en la estela que el humo dibuja con las siluetas de nuestras sombras.
Y una noche más alzas tu copa salpicando el humo y la melancolía mientras el piano mece soledades tristes en un compás de corcheas.
Alguien dijo que la congoja tiene nombre de mujer y que me nombras entre vahos y delirios de golpe y de un trago bebiéndote los aplausos que arrastra mi cola esperando aliviarte algún día de las viejas notas que mecen todas tus nostalgias.
Seen.